Artículo publicado originalmente en Respública, Libertad y Democracia.
Estimados compañeros funcionarios (y demás conciudadanos):
El patio de los organismos y administraciones públicas empieza a
estar soliviantado. El ambiente se caldea más de lo debido, sobre todo a
tenor de las últimas medidas anunciadas que implican recortes en los
sueldos de todos los empleados públicos, y que afectarán desde a los
funcionarios de carrera hasta el último becario que trabaje en la
administración. Salvo a los de siempre, claro, sus señorías apoltronados
en los sillones del Congreso (no importa el signo político).
Ya se oyen voces y consignas de movilizaciones, de indignación,
empiezan las primeras protestas de forma espontánea. Los sindicatos, los
mismos que se mantienen con las subvenciones estatales y han callado
cómplices hasta ahora, se frotan las manos y se rasgan las vestiduras,
ansiosos por rentabilizar la situación y demostrar que aún tienen poder
en este remedo de país, listos para echar ahora un pulso al gobierno,
aprovechando el cabreo generalizado. Todo ello para después poder
vendernos de nuevo por treinta monedas de plata y presionar para
mantener sus subvenciones (o al menos, que no les recorten demasiado).
No somos el único colectivo que está sufriendo recortes ni una merma
en su poder adquisitivo. Los autónomos acaban de encontrarse también con
una subida del 6% en las retenciones del IRPF. Estaba entre la letra
pequeña de las medidas anunciadas, pero nadie se ¿acordó? de comentarlo.
No voy a extenderme sobre los demás colectivos que están encontrando
problemas, un goteo continuo de malas noticias, acompañadas de una
terrible desazón y sensación de impotencia. Y dejaremos la subida de
impuestos para otro momento.
“Hay que hacer algo”. “Esto no puede seguir así”. Son las frases más
habituales y comunes que estoy escuchando los últimos días. Pero no se
puede tomar un camino equivocado, y caer en los mismos tópicos y errores
que otros colectivos (¿recordáis a los controladores aéreos [sin
valorar lo justo o injusto de sus reivindicaciones]?). Todo lo que no
sea atacar el fondo del problema, la raíz de todos los males de este
país, está condenado al fracaso. De un modo u otro, a corto, medio o
largo plazo, acabará con las energías, las fuerzas y las esperanzas de
todos los que se embarquen en una empresa sin posibilidad de cambio
real. Y la única forma de cambiar las cosas pasa por derribar el
edificio institucional actual (partidocracia), podrido hasta sus
entrañas, y edificar uno nuevo (democracia formal). Una nueva estructura
donde los ciudadanos podamos controlar a los políticos, donde haya
representación real de los electores y separación efectiva de los
poderes (Legislativo, Ejecutivo y Judicial). Donde los partidos
políticos y los sindicatos no pertenezcan al Estado (no estén
subvencionados), y se mantengan exclusivamente con las cuotas de sus
afiliados, devolviéndolos a la sociedad civil, de donde no debieron
salir. Sólo con esas herramientas, será posible que los ciudadanos
podamos solucionar los problemas que nos afectan, seamos funcionarios,
autónomos, mineros o controladores aéreos. Y para construir tales
herramientas, es necesario un PERÍODO DE LIBERTAD CONSTITUYENTE.
Mientras no nos unamos TODOS los colectivos y ciudadanos EN UN CLAMOR
COMÚN POR ESE OBJETIVO, lo único que estaremos haciendo, a fin de
cuentas, es gritar “¿Y qué hay de lo mío?”. Y yo me considero primero
ciudadano, después investigador, y por último funcionario. Así que no
estoy dispuesto a derrochar mis energías en unas reivindicaciones
particulares que no van a llegar a ningún sitio, más que a
enfrentamientos estériles con la casta política y con otros sectores de
la sociedad, haciendo realidad una vez más la famosa cita de Julio
César: Divide et vinces.
Alejandro Pérez
Ciudadano, investigador y funcionario
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